viernes, 1 de junio de 2012
EL VUELO DE ÍCARO
Después de un tiempo, y con ayuda de su hijo Ícaro, Dédalo
consiguió escapar de la celda donde estaba prisionero; entonces, vio que no
podía salir de la isla, pues la guardia del rey vigilaba cuidadosamente todos
los barcos que salían hacia otros lugares y era difícil esconderse en alguno de
ellos para huir.
Sin embargo, Dédalo no se desanimó por esta dificultad.
- Minos puede
dominar el mar y la tierra - se decía -, pero no domina el aire. Probaré este
medio.
En su escondite del acantilado habló con Ícaro y le dijo
que reuniera todas las plumas que pudiera encontrar en la costa rocosa. Como
sobre la isla volaban miles de gaviotas, rápidamente logró juntar un enorme
montón de plumas desprendidas de las aves. Entonces, Dédalo derritió cera para
fabricar un esqueleto en forma de alas de pájaro. Las plumas pequeñas las pegó
con cera y las grandes las ató con una cuerda. Ícaro jugaba felizmente en la
playa mientras su padre trabajaba; perseguía las plumas que el aire se llevaba,
y a veces cogía trozos de cera y modelaba variadas figuras con sus dedos.
Era divertido hacer las alas. Las plumas brillaban al sol
mientras la brisa las rizaba. Cuando hubo terminado su ingenioso invento,
Dédalo se las ató a los hombros y se elevó del suelo aprovechando una ráfaga de
viento. Al ver que daba resultado, construyó otro par de alas para su hijo.
Eran más pequeñas que las suyas, pero fuertes y muy hermosas.
Finalmente, un día luminoso en que azotaba el viento,
Dédalo ató las alas pequeñas a los hombros de Ícaro para enseñarle a volar. Le
hizo observar los movimientos de los pájaros, cómo volaban y se deslizaban
sobre sus cabezas. Le señalaba el gracioso y bonito movimiento de las alas que
batían suavemente el aire. Ícaro comprendió en seguida que él también podía
volar, y subiendo y bajando los brazos se levantó sobre la fina arena de la
playa e incluso sobre las olas, dejando que sus pies tocaran la blanca espuma
que se formaba al romper el agua contra las afiladas rocas.
Dédalo lo miraba con orgullo, y también con recelo; llamó a
Ícaro para que volviera a su lado y, poniendo el brazo sobre sus hombros, le
dijo:
Ícaro, hijo mío, estamos a punto de emprender nuestro vuelo.
Ningún ser humano ha ido antes por el aire, y quiero que oigas atentamente mis
instrucciones: Vuela a poca altura, pero ten en cuenta que si lo haces muy
bajo, la niebla y la humedad mojarán tus alas, y si vuelas muy alto, el calor
del sol fundirá la cera con que están
formadas. Vuela sin separarte de mí y
estarás a salvo.
Sujetó las alas fuertemente a la espalda de su hijo y le dio
un beso. Ícaro, de pie bajo el sol brillante, con las alas que caían
graciosamente de los hombros, el pelo dorado y su mirada húmeda por la emoción,
parecía un extraño y hermoso pájaro. Los ojos de Dédalo se llenaron de lágrimas
y dando la vuelta, se lanzó al aire al mismo tiempo que decía a Ícaro que lo
siguiera. De vez en cuando volvía la cabeza para asegurarse de que el niño
estaba bien y sabía agitar las alas. Mientras pasaban sobre la tierra, antes de
sobrevolar el mar removido, los campesinos se detenían a mirarlos y los pastores
creían que se trataban de dosDioses.
Padre e hijo volaron largo tiempo y dejaron lejos las
ciudades de Samos, Delos y Lebintos.
A Ícaro, que movía alegremente las alas, le emocionaba la
sensación fresca del viento que golpeaba su cara y acariciaba su cuerpo.
Volaba cada vez más alto, hasta que llegó a las nubes. Su
padre, al ver que subía demasiado trató de seguirle, pero su cuerpo era más
pesado y no pudo alcanzarle. Ícaro penetraba en las blandas nubes y volvía a
salir. Le encantaba verse libre en el aire y, batiendo las alas con frenesí,
subía más y más.
Pero el sol que le miraba fijamente, reblandecía con sus
ardientes rayos la cera de sus alas; las plumas más pequeñas se soltaban y
caían balanceándose lentamente, como para avisar a Ícaro de que detuviera su
loca subida. Sin embargo Ícaro seguía entusiasmado su vuelo; cuando se dio
cuenta del peligro que le acechaba, el sol había calentado tanto las alas que
las plumas más grandes también comenzaron a caer y el empezó a bajar como una
flecha.
En aquel momento llamó a su padre pidiéndole ayuda, pero su
voz se hundía en las aguas azules del mar, que desde entonces lleva su nombre.
Dédalo, lleno de ansiedad le llamaba:
¡Ícaro, Ícaro! ¡Hijo mío! ¿Dónde estás?
Por fin, vio las plumas que flotaban en el cielo y a su
hijo que iba a estrellarse contra el mar. Dédalo se apresuró a salvarle, pero
ya era tarde. Recogió al niño en sus brazos y fue volando hacia tierra rozando
con la punta de las alas el agua por el doble peso que llevaban. Llorando
desconsoladamente, enterró a su hijo y dio el nombre de Icaria a aquella tierra en recuerdo suyo.
Después, con ágil vuelo se lanzó otra vez al aire, pero sin
el contento anterior; esta vez, su victoria sobre el aire era triste. Llegó
sano y salvo a Sicilia, donde construyó un templo a Apolo y colgó en él sus
alas como ofrenda.
Leyenda
Clásica Griega
(Versión
de Rally Benson)
Antología
literaria para niños
PAIS AZUL
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